jueves, 26 de marzo de 2015

LA GRANDEZA Y EL ALMA





LA GRANDEZA Y EL ALMA


Toda empresa, por pequeña que esta sea, es una organización con ánimo de lucro, por lo tanto, y con mayor razón, las grandes empresas transnacionales, el ánimo de lucro es la causa primordial que las impulsa a romper barreras tratando de asegurar su prevalencia por encima de todo, y en nuestros días, las grandes empresas tienen una importancia trascendental y determinante, pues es conocido, según un muy citado informe, que el entrelazamiento productivo, comercial y financiero se concentra en un núcleo de 147 transnacionales con una influencia real sobre la marcha de la economía, que salvo el Financial Times, creo recordar que consideraba irreal que tal concentración de poder se utilizara con la intención de marcar tendencia – ¿no es más irreal pensar que habiendo llegado a tal concentración de poder económico, se desestimara la capacidad de reorientar la economía, dejándola fluir al buen tuntún? –, desarrollándose esta solo sujeta a la orientación de la fuerza del mercado.


Sea como fuere el razonamiento concreto al respecto, el hecho es que la alianza entre el capital industrial y bancario fundidos en el capital financiero, el funcionamiento de las empresas transnacionales, nos han traído hasta aquí, siendo innegable la dependencia política de la sociedad de los grandes bloques económicos, quedando, cada vez más mermado el espacio para la ciudadanía. La vida transcurre organizada y mediatizada por la capacidad de la economía porque la función para organizar la vida social esta articulada al rededor de la producción, y que esta, beneficia al mercado – los dueños de las grandes empresas, 80 de los cuales poseen casi el 50 por ciento de la propiedad global –, y no, a la sociedad, como se disimula el derroche de trabajo social cuando los economistas, políticos y periodistas se refieren al beneficiario de ese esfuerzo colectivo, que está destinado, como lo demuestran los informes de Oxfan a un exiguo uno por ciento.


Visto con esta perspectiva todo acuerdo que prime la capacidad de las empresas es terreno que pierde la sociedad por lo que a continuación trataré de desarrollar. Las necesidades de las personas no son las bases que informan la producción más que a condición de dejar beneficio, y dado que la capacidad de producción está determinada por la potencia empresarial, y que el ánimo de lucro es el motor de la producción, todo acuerdo que prime a las empresas – organizaciones muy estructuradas, cuya actividad en el tiempo se demuestra sólida y durable –, produciendo para una masa social sin estructura (consumidores, que forman un mercado), cuya única defensa son leyes generales, y como ya se sabe, las leyes generales, leyes comunes, están recorridas por los intereses generales de los poderosos, de los poseedores de los medios de producción y de la banca, si además, se priman leyes que defienden a las empresas, expresamente, la sociedad, la masa sin estructura, o débilmente estructurada es rehén en manos de las corporaciones industriales y financieras, como lo atestiguan los sufrimientos de extensas zonas de Méjico y Perú manipuladas por empresas como Monsanto, o Chevron, en Ecuador y Méjico, o la expropiación del territorio de los bosquimanos del Kalahari en Namibia, solo por citar algunos casos, en los que tratar de hacer valer los derechos de las personas contra los intereses de las empresas, es entrar en una batalla jurídica en la que todo obra en favor de la empresa, con sólidos gabinetes jurídicos, bien pertrechados financieramente y conocedores de todos los resquicios legales para conseguir los objetivos perseguidos, muchas veces, facilitados por gobiernos complacientes.


El modo de producción de mercancías, llegado hasta aquí, no es algo que sea ajeno al funcionamiento vital de la sociedad, algo marginal, periférico, algo sin substancia que pueda ser apartado, porque la vida social tiene una marcha propia y la producción y la economía sea prescindible, no, no es así, aunque, a primera vista pueda parecer que lo es, porque es evidente que se produce para el mercado, y el mercado no es la masa de consumidores, desestructurada y amorfa, no, el mercado es el uno por ciento nucleado en torno a ese grupo de ochenta personas, con una potente tendencia a seguir concentrándose, por lo tanto, toda la producción está nucleada en torno a los negocios que rinden beneficio económico y control político, y esta producción es la gran industria articulada para la producción de máquinas de gran complejidad que, absobedora de los avances científicos y técnicos producen armas terribles de destrucción masiva, en sí mismas un enorme chantaje que esta fuera del control de la sociedad, la cual carece de influencia sobre esa producción, como carece de influencia sobre la producción de dinero vacío, que es el otro componente determinante del poder de los dueños del complejo militar-industrial, la especulación.


El resultado de esta producción es una fuente inagotable de sufrimiento humano que produce injusticia, hambre, enfermedad, incultura,corrupción, terrorismo, drogadicción, prostitución, redes criminales, porque todo ello gira alrededor de una estructura social mantenida en la artificiosidad engañosa de ser producto natural de un proceso aleatorio, cuando la aleatoriedad es buscada para mantener una estructura que garantiza el dominio de una élite sobre la masa humana, ¿por qué la aleatoriedad se investiga y se integra en las disciplinas científicas, acotandola, para evitar imprevistos, mientras en el terreno social, se deja fluir sin control, cuando se saben sus resultados y consecuencias? Porque ese es su cometido, sorprender, impactar, emocionar, y sobre todo, paralizar, dejando la iniciativa en manos de una minoría, sea esta gubernativa, técnica, etc., mientras la sociedad masificada se sobrecoge y deja hacer.


Facilitar leyes específicas que primen el funcionamiento de las empresas, a su libre albedrío, y si son de la naturaleza del acuerdo transatlántico, con muchísima más prevención es entregar a la sociedad atada al carro de la propiedad privada, ya que esta, son – grandes empresas – las que toman iniciativas que cuando la sociedad conoce sus consecuencias, impedir que se realicen es consumir energías que terminan frustrando a una ciudadanía, siempre a remolque de los proyectos preparados por las corporaciones y bendecidas por los gobiernos, previamente conformados por los grupos de presión – lobystas – de las grandes firmas. Tal vez, sin proponérselo, la lucha de la sociedad contra la política de recortes que se ha producido desde el inicio de la crisis, tenga en el acuerdo transatlántico su expresión más cabal, pues yendo al origen, hoy, la situación se plantea entre el incremento de poder de los mercados, la exigua minoría que concentra casi la mitad de la propiedad global en ochenta macro empresarios, y una ciudadanía cada vez más mermada porque la concentración de poder en manos del capitalismo mundial trae aparejado procesos aleatorios que se traducen en episodios terroristas cuya consecuencia es un recorte de libertades políticas, impidiendo la auto organización ciudadana que encuentra dificultades enormes para hacer valer sus derechos.


LA ESTRATEGIA DEL CAMBIO DE MODELO


¿Es el tratado transatlántico que pretende EEUU un acuerdo económico? Tras la intención de lograr un pacífico acuerdo comercial con la Unión Europea, aparentemente inofensivo, late toda una estrategia de dominio, que choca en Europa con una sociedad politizada y desconfiada, de ahí que la presión que se ejerce para lograr la aprobación de Bruselas, no se pueda desligar de la provocación, que tiene en Ucrania su punto de fricción más agresivo y peligroso, porque el gobierno alemán que concentran la representación de la burguesía europea, consintiendo las maniobras de la OTAN, incluso la exhibición de fuerzas estadounidenses en suelo europeo, cree asegurar la propia supervivencia, cuando, en realidad no hace más que señalarse como el principal obstáculo a batir, tan pronto como la sociedad europea se convenza de la imposibilidad de lograr estándares de vida con un cierto desahogo, esperando una recuperación económica, que no llegará porque eso ya no es posible, dado que esa recuperación choca contra el interés de los mercados por eso, el acuerdo comercial que permitiría a las empresas desarrollar una actividad económica a la que debería supeditarse el conjunto de la ciudadanía, es la piedra de toque, porque lograr niveles de confort dignos para el conjunto de la sociedad no es posible más que haciendo que el objetivo de la producción sean las necesidades de las personas reunidas en sociedad, es decir, producir para la sociedad y no para el confort del uno por ciento.


La iniciativa empresarial es toda una concepción que recorta, constriñe, reduce la capacidad de decisión de la sociedad y esta concepción de la libre empresa se enfrenta a la misma sociedad; en realidad choca frontalmente contra el pueblo – en teoría –, fuente de poder y legitimidad, constantemente limitado, constantemente frenado, ninguneado, porque las batallas trabadas, porque la lucha de clases, encorsetada en los límites de la reivindicación económica lleva implícito los estigmas de la derrota, por eso, hoy plantear la lucha sin apelar a una ruptura con el sistema, sin llamar a romper con la concepción de producir para el mercado, esa exigua minoría – 80 propietarios – dueña del 50 por ciento de la propiedad global, es transigir con la corrupción, con el terrorismo, con el crimen organizado, con todo lo que significa ahogar el desarrollo de las fuerzas productivas, al servicio de un puñado de propietarios y su orla del uno por ciento humano, por eso hay que acabar con el modo de producción mercantil y plantear un modelo de producción cuyo objetivo sea producir para la sociedad, para los seres humanos, porque el desarrollo logrado hoy, no es ajeno al esfuerzo de las legiones de esclavos y trabajadores, de los esfuerzos de las generaciones que nos precedieron y del esfuerzo de las generaciones presentes que queremos legar un mundo mejor a nuestros descendientes, por eso hay que romper con el sistema, con los conceptos que han permitido concentrar el poder en una poderosísima minoría que parasita sobre el género humano.


LA GRAN ESPERANZA, EL IDEAL HUMANO


Proponer la ruptura no es hacer tabla rasa, sino que significa articular un proyecto que combata los conceptos anclados en el viejo modo de producir subordinado a tener que ser, inmediatamente rentable, perentoriamente beneficioso, porque tal modelo ahoga las aspiraciones humanas de justicia, equidad, hermandad entre los hombre y de estos, con la naturaleza, y aquí es donde nos fijaremos en las agrupaciones políticas que se abren ante nosotros.


En Grecia, una sociedad harta de ser engañada produjo un conjunto de luchadores que terminaron formando un partido apto para luchar según un patrón de comportamiento político que rompía el viejo esquema de la socialdemocracia, ellos mismos reclamándose socialistas, pero negándose a pactar para someter al pueblo griego a la férula de los mercados (repetiré incansable, 80 propietarios superricos rodeados del uno por ciento mundial), Syriza. En España, la ciudadanía apestada por el hedor de la corrupción ha agrupado un numeroso sector con la marca de Podemos como bandera guía. Unos y otros, ambos erupciones epidémicas en la dura costra del capitalismo mundial, algo leve que aún carece de la fuerza necesaria para convertirse en el comienzo del cambio, porque unos y otros, ambos, aún bajo el influjo enfermizo de la visión socialdemócrata de plantear la batalla en el terreno de la economía, como toda la izquierda continental europea, que lleva implícita los gérmenes deletéreos de la derrota, tienen que alcanzar unos y otros, ambos, y con ellos, la izquierda mundial la grandeza de levantar la bandera de la liberación de la especie humana, reclamando el final de un modo de producción y del sistema que lo alimenta y sostiene porque se enfrenta a las esencias que ha impulsado al ser humano desde el origen de los tiempos a la búsqueda de la justicia, la equidad, el conocimiento, la belleza, algo que puede definirse sin sonrojo, el alma humana, que nos liberó de nuestro origen animal y que no completaremos sin acabar con un sistema injusto, desigual, egoísta, que pone el lucro personal como bandera, por encima del ser humano, esta es la forma en que la izquierda radical tiene que plantear la lucha.


El capital financiero mundial (no nos engañemos, allí donde la sociedad se pone en pie y lucha, sea en Grecia, Ucrania, Gaza, España, Estados Unidos – Ferguson, Nueva York–, Venezuela, Méjico, etc., es decir, el mundo, que es su territorio, su cortijo), mueve a sus peones nacionales, Rajoy, Merkel, Obama, Hollande, para atajar que una erupción episódica pueda convertirse en una poderosa irrupción del pueblo en los asuntos del control del Estado, y en España, los agentes del capital financiero mundial, han detectado en Podemos un peligro al que atajar, algo a lo que no hay que dar tregua, por eso, sus dirigentes son combatidos, señalados, crucificados, porque temen que estos lleguen a las fibras sensibles de la ciudadanía, de la sociedad, de los trabajadores, despertándoles, mientras les hacen pensar, reflexionar sobre la terrible contradicción que supone ser fuente de poder y legitimidad, siendo perseguidos por los representantes de un puñado de ricachos, los mercados, que nadie ha elegido, y que el fulgor de su riqueza se debe a la organización del expolio mundial.


Combatir a los mercados con el firme propósito de conseguir una victoria capaz de legar a nuestros descendientes un mundo más justo y mejor quiere decir acabar con un modo de producción, el modo de producción mercantil que produce para el confort de ochenta personas y su orla del uno por ciento mundial, haciendo que la producción sea para el disfrute y confort de la humanidad. Esta es la batalla que hay que dar, y es posible que ni Syriza ni Podemos sean conscientes de ello, porque imbuidos de una visión nacional no entiendan que el sistema, el capitalismo, como modo de producción útil para el conjunto de la humanidad, ha pasado porque la aleatoriedad del mercado ha acabado siendo dirigido por el control de las 147 transnacionales, como lo manifiesta la existencia de las ochenta personas más ricas que poseen la mitad de la propiedad global, ellos son el mercado; ellos son los que marcan tendencia, así que, esto es lo que hay que explicar al electorado, a la sociedad, a los trabajadores. Lo demás es marear la perdiz y dejar a los partidos de la burguesía, de los mercados sigan entreteniendo a la buena gente.


jmrmesas

veintiseis de marzo de dos mil quince



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