sábado, 5 de enero de 2019

SOBERANÍA: DOS VISIONES







SOBERANIA: DOS VISIONES

Si he entendido bien el asunto de la flexibilización cuantitativa el objetivo de los bancos centrales comprando la deuda pública sería el de desplazar la rentabilidad de esa deuda –las deudas de los Estados– de la inversión privada que garantizaban los Estados, sacándola del mercado, cuando esta comenzaba a estar comprometida por la transferencia de los fondos publico, porque los Estados, acudieron a rescatar a los bancos privados para potenciar y beneficiar la inversión privada, es decir, el objetivo era, es, abaratar, depreciar la deuda del Estado, de los Estados, para favorecer la economía privada. No habría bastado solo, como se hizo al comienzo de la crisis de 2007-2008, con las transferencias del dinero recaudado a los contribuyentes para dárselos a los bancos privados, sino que además, los fondos del Estado, de los Estados, de modo general habían de ser gradualmente depreciados, que es, en términos generales, atacar la soberanía nacional, la soberanía de los Estados porque solo de ese modo, los gobiernos son dóciles a las exigencia de los mercados, por otro nombre, la coalición de los grandes bancos. Eso equivale a desamortizar la la soberanía de los ciudadanos ya que los recortes demandados por el mercado –la libre confrontación de oferta y demanda es un recuerdo del pasado, les hace vulnerables pues la coalición de los grandes bancos comerciales interparticipados accionarialmente tiene la sutil capacidad de orientar la economía global, y una ciudadanía informada y organizada es el peligro que temen los poderoso del mundo, y por tanto, necesario de estar embridado y controlado a través de los gobiernos que se turnan en el juego democrático.

Es importante entender que mientras la ciudadanía está confiada y absorbida por los problemas de la vida común y corriente, la estructura organizada de la gran banca, cuya actividad cotidiana es la de vigilar que los acuerdos tomados en los encuentros internacionales y recogidos en las normas del Banco Internacional de Pagos, con sede el la ciudad Suiza de Basilea, se cumplan en todos sus términos, siendo ese el contenido de los acuerdos llevados a cabo en las sucesivas reuniones de los líderes políticos —cumbres internacionales— y que los gobiernos traducen en leyes que recortan las libertades políticas, socapa de los diversos terrorismos, al tiempo que recortan las partidas de los presupuestos llevados a los parlamentos nacionales.

Este es, diríase, el panorama general, que los gobiernos ofrecen al pueblo trabajador, a la sociedad y que es aceptado, en época de bonanza sin muchos problemas, al considerarse normal, sin entrar en la posibilidad de que tal normalidad sea una normalidad inventada.

En este panorama de normalidad, los gobiernos hacen sus ajustes, y he aquí que un gobierno, investido de la autoridad de ser elegido democráticamente, que ha recogido los avisos a navegantes que los diversos vigías económicos emiten —Basilea, BM, FMI—, que no tienen soberanía, pero sí muchísimo poder, por dejación de la soberanía de los Estados, que le otorgan un crédito inmerecido, decide imponer subidas a los carburantes. Podría haber sido cualquier gobierno, pero en este caso, le tocó al presidente de Francia, Macrón, tomar la decisión que, casi inmediatamente fue contestada por la soberanía popular descontenta de tener que pagar una crisis que consideran —esa sería la interpretación evidente— excesivamente financiada por la soberanía nacional. ¿Un choque de trenes?, no, un choque de soberanías.

Un choque de soberanías que el hábil presidente de Francia, señor Macrón, ha entendido —debo imaginar que tragando mucha bilis— que la soberanía delegada de la que él es portador, debía ceder ante el despliegue espontáneo de soberanía popular materializada por los chalecos amarillos que tomaron París.

Esa sería una forma de enfocar un aspecto de la soberanía.


La soberanía es tema que da para mucho pensar porque se invoca habitualmente sin especificar las diversas acepciones que se prestan a deslindar, pero que se evitan porque es imposible diferenciar sin que los conceptos se politicen.

¿Es Estados Unidos un país soberano?, y esta reflexión se responde casi sola con una afirmación, pero enseguida plantea cuestiones. Si EEUU es un país soberano ¿Por qué su presidente cierra la administración y no paga a sus funcionarios? ¿Son los funcionarios responsables de la quiebra financiera del Estado? ¿Si EEUU no tiene dinero porque no puede emitir más dólares? ¿Depende del presidente la decisión de crear dinero?

Cuando comenzó la crisis en 2007-2008, que dicen que ya ha pasado, el anterior presidente autorizó la emisión de billetes, cuyo valor, según los entendidos, no valían el papel que les daba soporte, pero dieron el efecto apetecido al introducir dinero en el sistema, sin embargo, Obama también se vio forzado ha echar la persiana porque el endeudamiento del Estado confronta a su gestor, el presidente, a responder de los gastos que superan las entradas. En ambos casos —Obama y Trump— el déficit se debe al escandaloso sumidero que representa la permanencia de un Estado que se asienta en la necesidad de mantener operativa una estructura bélica monstruosa, ya que alrededor de esa estructura se ha articulado el crecimiento industrial y financiero de los EEUU.

El empobrecimiento es la piedra angular en la que se basa la estructura del modo de producción de mercancías, y esta estructura, diría, no sigue un curso natural sino que sus características se refuerzan y se potencian porque la poderosísima burguesía se sabe, socialmente, numéricamente, minoritaria, débil, no solo en términos cuantitativos sino en términos cualitativos, conceptuales y por tanto, consciente de la quiebra de sus valores, su defensa es pues, impedir que la mayoría sea instruida, descreída, reflexiva, culta, porque en la ignorancia, en la superstición, en el infundio, el poder, a lo largo del proceso histórico, ha cimentado el hecho de gobernar, de dirigir, de dominar.

Estados Unidos es un Estado rico que se asienta en una nación pobre, empobrecida deliberadamente por una élite de cuatro o cinco familias riquísimas, y debe cuidar la ficción de hacer creer a esa mayoría empobrecida, en la soberanía de todos y no de la reducida élite. El choque entre republicanos y demócratas no es más que parte de la ficción necesaria de teatralizar.

La ficción tiene sus peligros porque las concepciones entre republicanos y demócratas se desarrolla en mitad de una crisis sistémica, en la que ha entrado el modo de producción mercantil, que saben sus estudiosos y expertos, ataca la base del trabajo asalariado, de ahí, los problemas arancelarios, la crítica situación del dólar como elemento de las transacciones internacionales, y mientras una fracción de la burguesía americana sabe que necesita hacer concepciones a sus aliados naturales, la otra, que tiene a Trump al frente, pretende que sus socios acaten, sin rechistar, los dictados que llevarán a una confrontación peligrosa, o tal vez suicida.

Ligar la elevación del techo de la deuda a la construcción del muro fronterizo con Méjico es la que encierra la apuesta de la confrontación. El señor Trump, al cerrar las diferentes oficinas estatales demuestra la prioridad de sus ideas sobre el respeto que le merece el pueblo soberano; la basura acumulada, al privar a sus conciudadanos —el pueblo soberano— de la necesaria higiene pública, muestra el cariz que encierran las concepciones de la fracción republicana, que Trump encabeza, y unos ciudadanos perplejos son testigos mudos, que la soberanía nacional se ejerce, como los poderosos han aprendido a ejercerla, a lo largo de los siglos, acumulando mierda y dinero y mientras en la vieja Europa, el pueblo francés que abrió las puertas históricas de la edad moderna, enfrentándose a la monarquía y acabando con ella se revela, el bendito pueblo americano obnubilado por un presidente, de dudosa fiabilidad, deja hacerle su papel.

Esa es otro aspecto de la soberanía que confronta diferentes concepciones de la misma, y puesto a elegir, prefiero la francesa, que demuestra que la sociedad esta viva y que la izquierda debe de tomar el testigo o desaparecer, porque los militantes que participan en las manifestaciones de París, disueltos y sin identificar su militancia están perdiendo, una vez más, convertirse en referencia de la lucha de clases, que indudablemente no vamos ganando, demostrando de ese modo la vacuidad de las formas corteses, cuando el único lenguaje que entiende el enemigo es el de la fuerza.

jmrmesas

cinco de enero de dos mil diecinueve









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